No me digas que no hay culpables en una ruptura conyugal, decía Ana.
Me explicaba su indignación. Se hallaba en lo más álgido de su estupor y su dolor por el incalificable abandono de su esposo después de veinticinco años de matrimonio.
Pero, después de unos días, pienso decirle a Ana que, cuando se pretende una reconciliación conyugal, hay que dejar de pensar en que exista una parte inocente y una parte culpable.
Cuando dos han compartido un amor profundo, han descubierto mutuamente todas sus debilidades y limitaciones. Son vulnerables a un dolor profundo y son también capaces de una gran alegría.
El perdón no consiste únicamente en olvidar el pasado. El perdón consiste en volver a construir la confianza. Es decir:
Voy a seguir siendo sincero contigo No voy a levantar barreras para protegerme. Aunque vuelvas a fallar; te seguiré perdonando.
A los seres que amamos no podemos adaptarlos exactamente a nuestra medida. Siempre habrá heridas en nuestro amor.
No sólo en el matrimonio resulta difícil trazar una línea entre el ofensor y el ofendido. También en otro tipo de relaciones herimos a los demás y somos heridos a nuestra vez.
"¿Cuántas veces tengo que perdonar?, preguntó el apóstol Pedro a Jesús. "¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: "No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete".
Un aviso:
El perdón no siempre significa un volver adonde estábamos antes. A veces, las heridas se producen por haber concedido al otro demasiadas exigencias. Parte del proceso de reconciliación consistirá en admitirlo y en comenzar a decir no a esas excesivas exigencias.
Pero esto implica también sus riesgos. Quizá la otra parte no esté dispuesta a admitir esas nuevas limitaciones. Te puede acusar de no haber perdonado. Habrá que recorrer, tal vez, un camino difícil antes de que florezca completamente la nueva relación con esa persona. Quizá nunca se consiga del todo. El amor incluye una buena dosis de buena voluntad y, si es preciso, de condescendencia.
Bibliografía:
Vera Sinton