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 ¿Existieron las gladiadoras?

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MensajeTema: ¿Existieron las gladiadoras?   ¿Existieron las gladiadoras? Icon_minitimeSáb Mar 23 2013, 04:47

¿Existieron las gladiadoras? Gladiadora-estatuta-femenina

Por Santiago Posteguillo

En el último tercio de la novela Los asesinos del emperador aparece un personaje, Alana, una guerrera sármata que, una vez apresada por los romanos, terminará como gladiadora en el Gran Anfiteatro Flavio de Roma. ¿Pero hasta qué punto fue esto posible? ¿Lucharon mujeres armadas como gladiadores en la arena para entretener al emperador de Roma y la plebe de aquel inmenso imperio o es todo esto fruto de la ficción?


La respuesta a todas estas preguntas es clara y contundente: sí, existieron las gladiadoras. Hay fuentes documentales, arqueológicas y del derecho romano que confirman este hecho. Repasemos cada una de ellas.

Los Annales de Tácito proporcionan uno de los primeros testimonios escritos fiables sobre la existencia de gladiadoras luchando en la arena de un anfiteatro. Aquí el historiador romano nos comenta como en el año 63 d. C., durante el reinado de Nerón, se celebraron unos juegos de inusual espectacularidad en donde no solo lucharon gladiadores profesionales al uso, sino también senadores y, para mayor sorpresa de todos, mujeres:

Spectacula gladiatorum idem annus habuit pari magnificentia ac priora; sed feminarum inlustrium senatorumque plures per arenam foedati sunt.

[Ese mismo año se celebraron juegos gladiatorios tan magníficos como los del pasado; sin embargo, muchas mujeres y senadores se rebajaron a luchar en la arena.]  
Tácito, Annales, 15.32.3

Pero la aparición de mujeres no parecía circunscribirse solo a su participación en luchas entre gladiadoras, sino que, en fechas próximas al texto anterior, podemos encontrar como el autor Petronio refleja en su famosa obra Satyricon el sorprendente hecho de que una mujer iba a ser auriga en una de las espectaculares carreras de carros, para lo que utiliza el indiscutible término de mulierem essedariam (Satyricon, XLV), que no deja margen a duda alguna sobre el sexo de la conductora de aquella cuadriga al emplear el vocablo «mulierem».

Es interesante ver que durante los reinados de Vespasiano o Tito, posteriores a Nerón, principados de emperadores que, en general, se asumen como buenos para Roma, no encontramos referencias a la aparición de mujeres ni en la arena del anfiteatro ni en las carreras del Circo Máximo. Pero si entramos ya en la época de Domiciano, un nuevo emperador tiránico y caprichoso tal y como se describe en Los asesinos del emperador, volvemos a encontrar nuevas referencias a la existencia de gladiadoras en los anfiteatros de la capital del imperio. Así, en el capítulo 106 de la novela reproduzco los versos de una de las Silvae de Estacio donde el poeta recrea la impactante aparición de mujeres gladiadoras en el anfiteatro de Alba Longa:

Hos inter fremitus novosque luxus
spectandi levis effugit voluptas:
stat sexus, rudis insciusque ferri,
ut pugnas capit improbus viriles!

[En medio de tanta excitación y lujos extraños
el placer de los juegos se desvanece con rapidez:
¡aparecen entonces mujeres, mal entrenadas en el uso de la espada,
atreviéndose a luchar en combates de hombres!]
Estacio, Silvae, I, 6, 51-54

Y en el capítulo 113, incorporo la cita de Juvenal, poeta coetáneo de Domiciano que solo publicaría tras la muerte del tirano, donde también se hace referencia a la existencia de estas luchadoras:

Quem praestare potest mulier galeata pudorem,
quae fugit a sexu, uires amat?

[¿Qué pudor puede mostrar una mujer con yelmo que rechaza su sexo y está enamorada de la fuerza bruta?]
Juvenal, Satvrae, VI, 252-255

En otro momento de sus Satvrae, Juvenal se mofará de como los enormes cascos de los gladiadores resultan excesivamente pesados para las mujeres que se veían forzadas a combatir en la arena. Pero es que además de las citas de Juvenal o Estacio incluidas en la novela, o de las de Petronio y Tácito, tenemos una quinta fuente documental, proporcionada por los textos de Marcial, que, una vez más, recoge la existencia de gladiadoras. Este escritor primero emplea el nombre de la diosa femenina Venus para referirse al conjunto de las mujeres:

Belliger invictis quod Mars tibi servit in armis,
non satis est, Caesar; servit et ipsa Venus!

[El beligerante Marte que te sirve con armas invencibles
no es suficiente, César; ¡hasta la misma Venus te sirve!]
Marcial, Liber de spectaculis, 6

Pero luego, Marcial, para no dejar margen alguno a la especulación sobre el significado de sus palabras, identifica de forma específica a las mujeres con el término femineo insistiendo en cómo en ese momento las hazañas en el anfiteatro no las realizan ya solo hombres sino también mujeres cuando, tras describir cómo cae un león abatido por diferentes guerreros, comenta que: Prisca fides taceat! Nam post tua munera, Caesar, hoc iam femineo Marte fatemur agi (Liber de spectaculis, 6b), es decir, que «¡los testigos se quedan mudos; pues después de tus juegos gladiatorios, César, declaramos que tales gestas las realizan ahora mujeres!», o, más literalmente, un «Marte femenino».

Hay datos que se admiten como históricos cuando apenas son mencionados por un historiador o un escritor antiguo, y, sin embargo, en el caso de la existencia de gladiadoras, acabo de mencionar hasta cinco fuentes clásicas que, de una forma u otra, hacen referencia a la aparición de mujeres en los juegos gladiatorios o en las carreras del Circo Máximo. Es difícil negar la existencia de estas guerreras con semejantes testimonios. Pero, por si acaso quedan dudas, aún hay más.

Fuentes arqueológicas

Todo el mundo da por sentado que cuando el emperador giraba su pulgar hacia abajo eso significaba que el gladiador debía morir, pero esto, realmente, no lo sabemos. Es verdad que tenemos la expresión «pollice verso» [pulgar invertido] usada en alguna fuente clásica, pero no queda claro qué se quiere decir con la misma. Después, el cuadro del pintor francés del siglo xix Gérôme, titulado precisamente Pollice verso, donde el público del anfiteatro exhibía su pulgar hacia debajo con muecas de rabia sugiriendo que el gladiador herido debía ser ejecutado por el vencedor, hizo el resto.

Finalmente las películas de Hollywood solidificaron esta idea por todo el mundo, pero, curiosamente, no nos ha quedado un vestigio arqueológico donde se represente a un gladiador que ha de ser ejecutado con el emperador realizando ese conocido y popularizado gesto con el pulgar. No tenemos esa imagen ni en vasos, vasijas, mosaicos, monedas, ánforas o lucernas. Nada. Sin embargo, sí tenemos mosaicos o representaciones en otros restos arqueológicos sobre gladiadores combatiendo, carreras de cuadrigas, luchas con fieras, etc., y, quizá para sorpresa de muchos, también hay un relieve encontrado en Halicarnaso, expuesto actualmente en las vitrinas del Museo Británico, donde se muestra a dos gladiadoras, identificadas por sus nombres, Aquilia y Amazonia, escritos en griego por estar Halicarnaso en una región de habla griega dentro del Imperio romano, luchando en la arena del anfiteatro. Es decir, de un hecho que desconoce mucha gente, la existencia de gladiadoras, sí hay vestigios arqueológicos claramente identificados y de otro, que todo el mundo da por real, no existen imágenes.

Las gladiadoras en la historia 
del derecho romano

Y no solo tenemos fuentes literarias clásicas y vestigios arqueológicos que mencionan o recrean a gladiadoras en combate en los anfiteatros del imperio, sino que también hay leyes relacionadas con la existencia de estas luchadoras. Así, ya en tiempos del emperador Tiberio podemos encontrar el decreto Larinum, en donde se prohibía expresamente la participación en combates en la arena «de las hijas, nietas y biznietas de senadores y de cualquier mujer cuyo esposo o padre o abuelo, ya fuera por vía paterna o materna, hubiera pertenecido a la clase de los equites o caballeros», lo que nos sugiere que el hecho podría haber ocurrido en más de una ocasión para que el emperador decidiera tomar cartas en el asunto.
Pero parece ser que el fenómeno se hizo más habitual al incluir a mujeres de toda condición o clase social, hasta el punto de que una vez más, en el siglo iii d. C., el emperador Septimio Severo tendrá que volver a prohibir la participación de las mujeres en los combates en la arena del anfiteatro. Esta vez la prohibición incluía a todas las mujeres sin importar su clase social o procedencia.

El término gladiatrix

Como curiosidad me gustaría precisar que el término femenino gladiatrix, que he usado ocasionalmente en Los asesinos del emperador, es un vocablo de uso común hoy día en textos o estudios que se centran en la presencia de las mujeres como luchadoras en la arena durante la época del Imperio romano. Sin embargo, no he encontrado el término como tal usado por ninguno de los autores clásicos que he mencionado anteriormente, sino que estos, como ya he explicado, o bien empleaban metáforas como Venus o un Marte femenino, o similares, o bien empleaban el término «mujer» directamente.

En todo caso, el hecho de que no se usara el término femenino solo probaría que el latín, como todas las lenguas, era igual de reacio a admitir la feminización de vocablos que habían nacido para referirse solo a profesiones o actividades ejercidas por hombres. Algo parecido a lo que ocurrió en español con el término «jueza» hasta que, al final, la realidad (próximamente habrá más juezas que jueces en España) se impone sobre la lengua y su uso.

He dicho el latín, pero lo justo sería decir que los reacios a emplear términos femeninos para actividades pensadas inicialmente solo para hombres no era la lengua latina en sí misma sino aquellos escritores e historiadores, todos hombres, que nos relatan la historia del Imperio romano en la antigüedad.

Es una lástima que no nos queden obras similares escritas por mujeres. En lo que me corresponde, procuro compensar ese vacío en el relato histórico con personajes femeninos que sean coprotagonistas de mis novelas, para producir así una recreación del mundo antiguo donde, sin falsear el hecho de que era un mundo controlado por hombres, se pueda, no obstante, ver dónde estaban las mujeres y cómo, quieran o no los hombres, estas encontraban formas para influir en su mundo y en la misma historia.

Las gladiadoras y el mito de las amazonas

El capítulo 103 de Los asesinos del emperador se abre con una cita de Heródoto donde el historiador griego nos refiere la relación entre los sármatas y las amazonas. Según su versión, los sármatas entraron en contacto con las amazonas y terminaron por asimilarlas e incorporarlas a su pueblo, asumiendo parte de las costumbres de estas indómitas guerreras, de forma que resultaba común que entre los sármatas se permitiera combatir a las jóvenes vírgenes.

A esto debe añadirse que los sármatas fueron un pueblo aliado de los dacios en las luchas de estos últimos contra las legiones de Roma. Y si a este dato añadimos que muchos dacios y aliados suyos apresados por las legiones eran conducidos a Roma como esclavos para luchar en el Gran Anfiteatro Flavio, no parece ya improbable que existieran una o varias guerreras sármatas que combatieran en la arena de Roma como gladiadoras.

Lo único que no sabemos, más allá del caso de Aquilia y Amazonia, es el nombre de todas aquellas que lucharon a muerte en la arena de los diferentes anfiteatros del Imperio romano. Teniendo en cuenta la larga duración del conflicto bélico entre Roma y Dacia y sus tribus aliadas, y teniendo presente los muchos dacios, sármatas, roxolanos o bastarnas que serían hechos presos, no es de extrañar que hubiera alguna guerrera sármata entre todos aquellos prisioneros forzados a luchar en la arena y que, entre las sármatas, alguna se llamara Alana, un nombre común en aquel pueblo. Si esa Alana, o alguna otra guerrera sármata, se vio involucrada o no en la compleja trama de sucesos del 18 de septiembre del año 96 en Roma es algo que desconocemos.

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