Frente a la ciudad de Dakar, a cuatro kilómetros de la costa se encuentra la Isla de Gorée. Fue colonizada por los portugueses antes de que Colón llegara a América, mediando el siglo XV. Este pequeño territorio de 900 metros de largo por 300 de ancho fue rudamente disputado, pasando por las manos de los holandeses y también de los franceses. En 1978 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. En la actualidad viven en ella 1.200 personas, de las cuales un 75% son musulmanas y el resto católicas. Ambas comunidades conviven en total armonía.
Durante cuatro siglos fue una de las principales bocas de abastecimiento de los barcos negreros europeos. Se calcula que por ella pasaron 20 millones de hombres, mujeres, niños y niñas, iniciando un viaje sin retorno al otro lado del Atlántico. A lo largo de toda la costa se fueron erigiendo las llamadas “Maisons des esclaves” (Casas de esclavos), donde eran concentrados y clasificados los seres humanos “cazados” tierra adentro, en general por otros africanos que se beneficiaban con el tráfico esclavista. “Nuestros abuelos estaban locos”, comentó nuestro guía senegales. En la actualidad se conserva una sola, restaurada en 1990.
Las “Casas de esclavos” eran regenteadas por europeos. Las familias eran separadas; los hombres, las mujeres, los niños y niñas y las vírgenes tenían celdas diferentes. Los hombres eran clasificados por su robustez, las mujeres por sus pechos y los niños por su dentadura. Las púberes y adolescentes vírgenes eran más cotizadas y se las mantenía aparte. El peso mínimo para ser embarcado era de 60 kilos para los adultos.
Los veleros llegaban de Europa cargados de baratijas con las que compraban los esclavos que después vendían en las plantaciones de café, algodón y caña de azúcar de América, el Caribe y las Antillas. Luego regresaban a Europa transportando estos productos. Esta triangulación comercial estuvo en el origen de la acumulación de capital que sustentó varios imperios.
Según la información histórica, en esta isla murieron cerca de seis millones de esclavos mientras esperaban ser cargados en los veleros, y es probable que otros tantos hayan muerto en altamar. Las aguas en torno a la isla estaban infestadas de tiburones, atraídos desde regiones lejanas por la abundancia de alimento. Las condiciones de salubridad eran deplorables al punto que la peste que arrasó la isla en 1799 se inició en una de estas “Casas de esclavos”.
En diversos puntos de la isla se levantan monumentos que recuerdan la tragedia del esclavismo africano, donados por comunidades negras de diferentes regiones del mundo. La Isla de Gorée es también un santuario de la memoria de la humanidad, y particularmente de las comunidades de origen africano, y en las paredes de la Casa de esclavos se pueden leer conmovedores mensajes dejados allí por sus visitantes.
Esta puerta, ubicada al fondo de las dos escaleras, era la última imagen de su tierra que veían los africanos traídos por la fuerza a América. Allí oró en 1994 el papa Juan Pablo II, pidiendo perdón al África por la participación de la iglesia católica en el esclavismo. En su ángulo superior izquierdo un modesto cartelito en papel dice: “Y aquí se abre el camino sin retorno, la puerta al infinito dolor”.
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