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| | En busca de la verdad perdida, | |
| | Autor | Mensaje |
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Lolys maestr@
Desde : 29/05/2008 He aportado : 1626
| Tema: En busca de la verdad perdida, Miér Oct 07 2009, 05:09 | |
| Aceptemos que no somos los dueños de la verdad. Es el primer paso en el camino del aprendizaje. Escuchar, como dijimos, debería servirnos sobre todo para aprender la parte del todo que todavía ignoramos. Debería, según razonamos juntos la semana pasada, acompasar el darnos cuenta de que no tenemos (nadie tiene) el monopolio de la verdad, y centrarnos en la necesidad de completarnos con la verdad de otros. Esto conlleva, claro, una importante cuota de humildad, porque aprender siempre es un acto humilde. Anclados a nuestra soberbia, nada puede sernos explicado. El que no se anima a bajar del pedestal de creer que se lo sabe todo, nada puede aprender de los demás a los que sin escuchar desprecia porque supone, o peor aun, decide, que nada pueden enseñarle. No quisiera que algún distraído o malintencionado lector confunda humildad con humillación. No estoy hablando de la tendencia a someterse a todo y a todos de "el camello" de Nietzsche sino de la capacidad de aceptar lo que no se sabe del "buscador", tal como lo llamo en Shimriti. El siguiente paso del camino es entonces aprender a aprender. Escuchar con humildad. Saber lo que sabemos y lo que no sabemos y enriquecernos con el saber de otros. Cuenta un viejo cuento tradicional que había una vez un hombre que buscaba la verdad. Le habían dicho que la verdad era una luz radiante, que iluminaba hasta el más oscuro de los rincones de la ignorancia. El hombre buscó y buscó la tal luz y al no hallarla se apresuró a empezar a decir que la verdad no existía. Una noche muy clara, cuando bajó a su aljibe por agua, vio en lo profundo el brillo de un círculo enorme reflejado en el fondo del pozo. -Es la verdad -pensó-, existe y la tengo yo en el jardín de mi casa. Henchido de orgullo y vanidad salió a gritar por el pueblo que tenía la verdad brillando en el fondo de su pozo de agua. Muchos se burlaron de él y el hombre los trató con desprecio. Estos son como yo era -pensó-, no creen en la verdad porque nunca la han encontrado. Otros simplemente no le creyeron. Escépticos -les gritó-. Y unos pocos le escucharon con atención y le dijeron que ellos también tenían la verdad en su aljibe. Estos últimos lo irritaron un poco. Pensó al principio que eran pobres ingenuos que creían tener la verdad pero que no la tenían ciertamente; sin embargo después de ir a la casa de algunos, los más amigos, comprobó que la luz de sus pozos era por lo menos tan radiante como la del suyo. Hay muchas verdades -concluyó-. Cada uno tiene la propia y todas irradian su propio resplandor. Un día al visitar el pozo para dejar que la verdad iluminara su rostro, miró en el fondo y no encontró el brillante círculo luminoso. El no lo entendió en un primer momento pero el viento soplaba muy fuerte esa noche y el agua agitada dentro del pozo no llegaba a reflejar la luz de la luna que a pesar de todo brillaba radiante en el cielo. Pensó que la verdad lo había abandonado y se sientió triste y desesperanzado. En un retorno a lo divino alzó los ojos llorosos al cielo... y la vio. Entonces comprendió. La luz de su aljibe no venía desde dentro. La suya y la de otros eran el reflejo de la luna en el firmamento espejada dentro de cada pozo.
Jorge Bucay | |
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