Cuando doy más valor a lo que otros creen que a lo que yo misma pienso de mí, mis reacciones y decisiones estarán basadas en agradarles
¿Te has visto cambiando lo que crees porque otro lo ve de forma diferente? ¿Te desanimas con facilidad cuando ves que a otra persona no le gusta algo de ti? ¿Confías en tu propio criterio o piensas que otros lo tienen más claro y cedes con facilidad?
Preguntas como estas nos pueden ayudar a descubrir cuanto estamos en función de la aprobación externa, y así empezar a ver que podemos mejorar cómo nos sentimos con el entorno realizando cambios internos, dejando atrás viejas conductas que nos hacen sufrir.
Cuando doy más valor a lo que otros creen que a lo que yo misma pienso de mí, mis reacciones y decisiones estarán basadas en agradarles. En este momento he perdido las riendas de mi caballo y ha empezado una carrera sin final. No hay meta ni descanso porque siempre habrá nuevas situaciones que superar y nuevas personas a las que satisfacer. Y a cambio de buscar siempre su aprobación solo obtendremos cansancio, insatisfacción y la mengua de nuestra autoestima.
Este comportamiento se basa en la idea de que no somos suficientemente buenos o buenas tal cual somos y como no nos aprobamos buscamos que los demás lo hagan, que nos den el valor que no nos damos nosotros. Así, si alguien dice que soy buena tendré un buen día, pero si dice que soy mala, o me escondo y me machaco, o me enfado y le culpo de todos mis males pero luego volveré a esforzarme por intentar ser mejor según su criterio para hacerle cambiar de idea y que me quiera, me acepte, me mire bien, de esa forma que yo no puedo hacerlo.
¿Y desde cuándo es otro el encargado de nuestra autoestima y autovaloración? Dos palabras que curiosamente empiezan con el prefijo ‘auto’…
Y ya habrán comprobado, quienes se sientan algo identificados con este tema, que es muy cansado mantener esta postura, porque nunca es suficiente, es un gasto inútil de energía, nunca parece que lleguemos a la meta, a sentirnos buenos, merecedores y tranquilos con lo que somos, siempre hay un reproche interno, una sensación de necesitar mejorar y por supuesto un continuo miedo a ser rechazados, a no gustar.
De esta manera el foco de atención siempre está fuera, alerta a lo que otros opinan, prefieren y esperan de mí, porque cuando uno tiene este hábito de agradar, los demás cogen otro, el de ser agradados y complacidos, y eso es lo que nos van a pedir. Tal vez la tendencia sea a echarles la culpa y llamarles egoístas, pero la realidad es que lo hemos creado nosotros, así que cada vez hay menos margen y la espiral crece. Cada vez me siento más agobiado en las relaciones con los demás, más inseguro, más dependiente, más estresado, con menos confianza en mi propio criterio y en consecuencia con menos valor.
Al estar muy metidos en la situación solo podemos tener una visión subjetiva y lo más habitual suele ser sentirse juzgado y exigido pensando que son los demás los que no me dejan vivir, los que no me aceptan y no me comprenden, con fantasías sobre como cambiarían las cosas si ‘ellos’ cambiaran algo, ‘mis problemas se acabarían si ellos no me pidieran esto o aquello’, ‘yo sería feliz si no me dijeran tan cosa, si me dejaran vivir tranquilamente’… pero como decía sólo es una fantasía, no es cierto, no cambiaría nada porque yo seguiría siendo la misma, con la misma tendencia, el mismo miedo, la misma necesidad de agradar,…
Pero si tomamos las riendas y empezamos a poner un poco de objetividad a la situación veremos que somos nuestro peor juez y esa exigencia de la que nos quejamos viene de dentro. La gente puede decir o hacer tantas cosas… pero sólo me afectarán las que yo permita, pueden gustarme más o menos pero para afectarme realmente tengo que permitirlo, tengo que darle valor.
Así que si eso es lo que hemos aprendido a hacer dejamos de lado nuestras necesidades y preferencias porque es más fácil que nos aprueben si pensamos como los demás, nos gustan las mismas cosas y cedemos para darles prioridad. Es típica en estos casos la frase ‘qué más da, lo mío no importa, puedo esperar’ y así poco a poco nos vamos alejando de nuestro centro, de nuestra intuición, de lo que internamente nos guía en la vida. Lo hemos cambiado por múltiples guías externas, con lo cual estaremos bastante perdidos.
Cuando me olvido de mi me estoy olvidando de la única persona con la que voy a vivir toda mi vida, ¡Yo misma! Absolutamente nadie pasa más tiempo contigo que tú misma, nadie te va a dar la felicidad que anhelas si no lo haces tú, es imposible, por mucho que lo quieran intentar. La felicidad parte de una actitud interna de apreciar la vida, de apreciar el propio cuerpo y sus capacidades, respirar, ver, oír, sentir, tocar, saborear, moverse, comunicarse, llorar, reír, dar vida… y a partir de ahí surge todo lo demás.
No se trata de olvidarse del mundo sino de no ponerlo en primer lugar. Ese primer puesto debe ser sólo mío (un buen ejercicio es decirse esto mirándose a un espejo). Sólo si me quiero me querrán, si me trato con desprecio, ¿por qué otros van a apreciarme?
El entorno es un espejo de lo que llevamos dentro. En el entrenamiento de la auto-observación se ve cada vez más claro.
¡Gustar a todo el mundo, lo que se dice a todo el mundo no lo ha conseguido ni el jamón serrano! Así que dejemos de perseguir un imposible y centrémonos en nosotras mismas.
Que sea suficiente que yo esté bien con lo que soy y hago y que tú estés bien con lo que eres y haces, con respeto y sin juicios.
Emma Benítez Q