Érase una vez un niño, sus padres no sabían que hacer con el, por cualquier cosa se ponía iracundo...
Un día el padre le dijo, por cada día que te enfades deberás clavar un clavo en esa pared.
Y día tras día el niño iba a la pared y ponía el clavo, pronto toda la pared estuvo llena de clavos...
Pero por fin un día el niño consiguió no enfadarse, y se lo dijo al padre, ese día el padre le dijo que quitara un clavo de la pared.
Durante una temporada, el chico iba alternando los días que ponía clavos y los días que los quitaba, aun así la pared estaba repleta a tope de clavos.
Por fin con el tiempo, iban siendo más los días que quitaba un clavo que los que tenía que ponerlo, y más adelante casi siempre quitaba un clavo.
Por fin la pared ya casi no tenía clavos, pero cuando la miraba se le caía el alma a los pies, veía la pared de al lado y la comparaba con la pared en la que había puesto tantos clavos, la de al lado estaba preciosa, y la otra toda agujereada.
Esa pared nunca volvería a estar igual que la otra.
Se lo comentó a su padre, y este le dijo:
Todo lo que hacemos tiene consecuencias, y también las tienen nuestros enfados y maltratos a otros, ellos se sienten heridos y dañados.