Amarres de Amor con Magia Blanca
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 Nueva York y las ballenas

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MensajeTema: Nueva York y las ballenas   Nueva York y las ballenas Icon_minitimeLun Abr 07 2014, 20:39

Nueva York y las ballenas

–¿Crees que en Nueva York habrá ballenas?
Se lo preguntaba hace algún tiempo a mi buen amigo Luis.
–No creo. Para mí que las ballenas son más de zonas cálidas. Pero, ¿a qué viene eso de las ballenas? ¿Es que anoche ligaste?

Mi amigo Luis se ríe de mí a menudo. Se ríe de mí y de mis aventuras galantes fallidas, las únicas que deberíamos relatar. Se ríe de mis andanzas por la Quinta Avenida, de una bella modelo a la que intenté seducir en vano (y en Pamplona) con el cuento de Nueva York. Hoy me doy cuenta de que era una chica vacía y un tanto insulsa, pero en aquel momento no podía pensar en otra cosa que en llevarla a la habitación de mi hotel engatusándola con mis historias.

A Luis le gusta mucho el mar. Hace algún tiempo conoció a una de mis mejores amigas, llamémosla Lucía. Es una chica muy guapa, tiene veintitantos años y un carácter de cuidado. O mejor, una coraza resistente, punzante, como la de un erizo. Por dentro es suave como el terciopelo, pero no deja a todo el mundo pasar la mano por la seda de su interior para comprobarlo. El día de mi taitantos cumpleaños, se presentó sin estar explícitamente invitada. Pasaba por allí y se sumó (después de todo, ése era más o menos el espíritu de la fiesta). Mi amigo Luis, que no la conocía, entabló conversación con ella y hablaron largo. Él le contó que una de las cosas que más le gustan en esta vida es sentarse frente al mar y pensar. Y eso la enamoró. ¡El mar, idiota, el mar! Desde ese día esta frase que el buen lector de GQ ya debería conocer nos sirve de mantra cada vez que alguno pierde la cabeza por una mujer. El mar es un gran tema del que conversar.

–¿Con qué crees que se ligará más, con Manhattan o con las ballenas?

Se lo preguntaba hace poco a mi buen amigo Luis, a propósito del océano y esas cosas. Hace unos meses conocí a un tipo que se dedica a la fotografía submarina. Estábamos cenando varios hombres y mujeres y cuando se puso a relatar sus baños con los cetáceos los demás varones dejamos de existir, como si se hubiera sentado a la mesa un adonis gay. Pensé que me había equivocado de historia aquella noche de Pamplona. Quizás si hubiera entrado a esa chica con lo de las ballenas…

–No lo sé –me replicó Luis–. No he probado ni una cosa ni la otra.
–¿Crees que en Nueva York habrá ballenas?
–No lo creo. Para mí que las ballenas son más de zonas cálidas. Pero, ¿a qué viene esto de las ballenas? ¿Es que anoche ligaste?

El mar es un gran tema del que conversar ”
Los hombres y nuestra torpe aritmética. “Si ambas cosas por separado son buenas, juntas deben de ser la hostia”. Suena bien en la cabeza, pero no funciona. Salvo en el caso del sexo lésbico en el cine porno, pero ese es otro tema.

Una vez nadé entre delfines; y no lo digo como una burda estrategia para enamorar a potenciales –e ingenuas– lectoras. En este caso, es verdad. Y puedo asegurar que no fue nada especial, aunque estoy dispuesto a exagerar hasta el infinito la ternura que me produjo acariciar con mis propias manos el terso vientre de los mamíferos siempre que haya una mujer a diez metros a la redonda. En realidad, fue algo un tanto artificial, aunque estábamos en el mar y los bichos parecían relativamente felices y casi libres.

La anécdota sería un buen recurso a utilizar en flirteos varios si no fuera porque estábamos en Jamaica y mis recuerdos de aquella piscina natural de agua salada son un tanto borrosos. Puedo acordarme de cómo un amigo trataba de recitarle a un delfín que le regalaba sus estridentes chasquidos los famosos versos de Neruda: "Me gusta cuando callas, porque estás como ausente"; y de que la cuidadora cubana que estaba al mando del cotarro nos miraba con esa cara de "estos locos de dónde se han escapado". Pero poco más.

Creo no traicionar una confidencia si publico estas letras que me dedicaba hace tiempo otra amiga. Hablando de los hombres, me escribía lo siguiente: “Los tíos no apetecen demasiado. Hacen mal el amor, o son demasiado cerdos, son feos o se creen demasiado guapos, son tontos o insoportablemente pedantes, están ocupados o te agobian, son sosos o necesitan que seas su público y que aplaudas entusiasmada (deberían pagarnos por ser tan buenas actrices y fingir interés en lo que nos importa un pepino, o ternura en lo que nos irrita). Son demasiado intensos, tipo vampiro siniestro y te chupan la energía, o pasan de ti, o pasas tú de ellos”.

Mi buen amigo Luis asegura que, como nadie sabe cuál es la fórmula mágica (aparte de cetáceos, océanos y ciudades cosmopolitas) lo mejor es hacer un batiburrillo de todo –lo del término medio aristotélico no va con él–. Ser un poco cerdo, tener sensibilidad e incluso parecer un poco intenso, pasar de ellas porque de lo contrario te creen a su merced y estás perdido; pero tampoco demasiado, porque entonces pueden llegar a pensar que no tienes interés. Lo de ser feo o guapo escapa un tanto a tu control, pero hay gran confusión sobre la necesidad de usar cremitas, machacarse en el gimnasio, depilarse… esas cosas. Personalmente, pienso que todo debería ser mucho más fácil. Llegados a un nivel de complejidad, la cosa no compensa.

¿Qué conclusión sacamos de todo esto? Pues que el mundo está lleno de tipos y tipas que no merecen la pena; y que, cuando de verdad encuentras a una mujer especial, a veces se te escurre entre los dedos como fina arena a base de juegos y disfraces. Por eso, simplificando, te recomendamos que la lleves a una hermosa playa desierta acunándola con tus palabras. La historia puede desarrollarse en los Hamptons, a tiro de piedra de Manhattan. García Lorca es también un valor seguro, porque aparte de un gran dramaturgo, era un atractivo homosexual y escribió un denso poemario sobre la ciudad de los rascacielos ("El sol que se desliza por los bosques seguro de no encontrar una ninfa, el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño". Sí, estos versos podrían servir). Cómo introduzcas los cetáceos en la conversación es cosa tuya, pero hazla reír, mucho. Puedes utilizar lo de Neruda. Porque, si te esmeras con el show, cuando baje el telón su sonrisa seguirá ahí.

–No, no ligué anoche. Conocí a una chica muy interesante y estuvimos conversando hasta las tantas, pero no le hablé ni de Nueva York ni de las ballenas.
–¿Y eso qué quiere decir?
–No lo sé, amigo Luis, no lo sé. Creo que me estoy haciendo viejo.

P. S.: En realidad, las ballenas se alimentan en mares fríos y se aparean en mares cálidos, incluido el Mediterráneo. Ah, y al parecer sí que se pasan de vez en cuando por Nueva York. Pero qué sabrá mi amigo Luis.

Fuente: http://www.revistagq.com/articulos/nueva-york-y-las-ballenas/19486


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