Hace unos años, Jeff Bezos, fundador y CEO de Amazon daba una conferencia a los graduados de la Universidad de Princeton. Y paradójicamente en ella no habló de comercio electrónico, estrategias empresariales o de cómo gestionar una de las mayores empresas comerciales del mundo. La parte más profunda y emotiva de su discurso poco tenía que ver con todo eso.
Bezos compartió con su auditorio una historia personal que vivió a los diez años junto a sus abuelos, y que le marcó profundamente al dejar a su abuela llorando. Ya a esa tierna edad, era bien patente la facilidad y enorme capacidad matemática de Jeff, que solía entretenerse realizando todo tipo de cálculos mentales.
Aquel día, mientras viajaba en el coche con sus abuelos, le fastidiaba enormemente el humo de los cigarrillos que su abuela fumaba. Así que dispuesto a dar una lección, se dedicó a calcular el número de cigarrillos que su abuela fumaba, el número de caladas que daba a cada uno de sus cigarrillos y preguntando a su abuela desde cuando fumaba, realizó un cálculo mental teniendo en cuenta el riesgo para la salud que supone cada calada. Una vez finalizado su cálculo, orgulloso le espetó a su abuela:
“Por fumar, de momento has reducido ya tu esperanza de vida en nueve años.”
Pero la reacción de su abuela a su comentario, no fue la que Jeff esperaba. De repente su abuela se puso a llorar desconsoladamente.
En aquel momento su abuelo paró el coche a un lado de la carretera y le hizo bajar del coche. Y entonces, tras un momento de silencio, mirándolo fijamente a los ojos, le dijo con calma:
“Jeff, algún día entenderás que es más difícil ser amable que ser inteligente.”
Y aquella lección que su abuelo le dio a las diez años ha acompañado desde entonces al ahora multimillonario empresario.
¡Qué gran verdad! A veces guiados por nuestro ego, lo único que pretendemos es quedar como personas inteligentes, aunque en ocasiones implique pasar por encima de los sentimientos de otras personas. La grandeza y la dignidad están siempre más relacionadas con la amabilidad que con la inteligencia. Y desde luego es una prueba de madurez situar siempre a la amabilidad por encima de nuestros anhelos de demostrar lo inteligentes que somos.