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 Fundamentos de filosofía mística

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MensajeTema: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:07

La Mística en la literatura

Muchas personas tienen una comprensión incorrecta de lo que la palabra misticismo significa, asociándola muy a menudo a comportamientos extraños, insólitos e incluso inquietantes. Para algunos es sinónimo de magia.

Desde hace siglos el misticismo se relaciona con la dimensión espiritual del hombre; esto es: designa el estudio de los vínculos naturales y universales que unen a cada ser viviente con la Causa Primera de todas las cosas, la que podemos llamar Dios, Inteligencia Divina, Conciencia Cósmica, Sabiduría Universal, o como se prefiera. Desde este punto de vista, todo sistema religioso cuyo objeto sea dar al hombre una mejor comprensión del lugar que ocupa en el Universo, es místico.

Mística es un término derivado del adjetivo latino mysticus, tomado del griego mystikós, que significa: “relativo a los misterios religiosos”. La Mística está vinculada con una práctica interior de lo religioso, que supera y no puede explicarse sólo desde el punto de vista racional, doctrinal o dogmático. Presente en la religión hebrea, en la musulmana, a través de corrientes como el sufismo, en la católica o en el budismo zen, participa de la experiencia de lo extremo.

En la historia de su literatura habrá que tener en cuenta la Mística alemana del siglo XIV, con su máximo representante, el Maestro Eckhart (1260-1328), autor de “Tratados y Sermones”. Su actividad como predicador, que prolongaba el deseo de las órdenes mendicantes de transmitir la verdad divina, le exigió hacerse de un lenguaje capaz de apresar y comunicar lo inefable de la verdad de Dios que, según él, es “inteligencia pura”. Al hablar del desasimiento, por ejemplo, afirma que consiste “en el hecho de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones, como es inmóvil una montaña de plomo ante el soplo de un viento leve”.

Dos siglos después se desarrolló la literatura mística española, representada sobre todo por san Juan de la Cruz (1542-1591) y santa Teresa de Jesús (1515-1582). En el primero, autor de poemas como el “Cántico espiritual”, recreación del “Cantar de los cantares” de Salomón, y “Llama de amor viva”, se encuentran huellas de las interpretaciones bíblicas cristianas o judías, de la literatura mística del catalán Ramon Llull (1232-1316), del alemán Eckhart, de san Bernardo y san Buenaventura, pero sobre todo de la poesía mística musulmana de autores como Ibn Arabi de Murcia e Ibn al Farid.

En el misticismo sufí, san Juan de la Cruz encontró símbolos como el vino o la embriaguez mística, la noche oscura del alma, el pájaro solitario, el alma como jardín místico. Desde el punto de vista del lenguaje, la investigadora Luce López-Baralt ha destacado la “poética del delirio”: así como Eckhart se esforzaba por comunicar lo inefable, san Juan de la Cruz recupera las imágenes desconcertantes, los cambios abruptos y hasta la incongruencia de los tiempos verbales. Esta poética aún se mantiene en las prosas en las que el poeta pretende explicar el “Cántico espiritual” en función de la doctrina, otorgando a una misma imagen distintos valores simbólicos.

En “Las virtudes del pájaro solitario”, Juan Goytisolo recupera novelísticamente esta tradición y la poesía de san Juan, como en la imagen del vino mezclado con la saliva del Amado: “Bébelo puro o mézclalo con la saliva del Amado, cualquier otra mixtura sería sacrilegio”.

Santa Teresa, en cambio, adopta un estilo más sencillo y expone directamente sus incomprensiones o sus dificultades para expresar la experiencia de Dios.
El padre Jerónimo Gracián, que la estimulaba para que escribiera “Las Moradas”, justificaba la tendencia de santa Teresa a la imprecisión en el uso de las palabras relacionadas con la experiencia mística: “Una éxtasis, en cuanto en ella se junta nuestra voluntad con la de Dios, se llama unión; en cuanto eleva las potencias y las levanta, se llama vuelo del alma; en cuanto es altísimo conocimiento de Dios, se llama mística teológica, etc. Todos estos nombres son verdaderos y declaran algo deste espíritu”. Lo que Jerónimo Gracián se ve obligado a justificar es, en rigor, la gran riqueza de la literatura de santa Teresa. A esos términos deberán añadirse otros como embebecimiento, arrebatamiento, arrobamiento.

Si la experiencia mística es la de la unión definitiva con Dios, el grado superlativo de tal arrobamiento es la supresión de la palabra, el silencio. Mientras la unión y la quietud del desasimiento y la inmovilidad no llegan, sólo queda el camino del vértigo verbal. Despojada de sus connotaciones religiosas, ésta es la gran enseñanza de la Mística en la búsqueda de la Palabra: que todo lo diga en el terreno literario
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:08

Esoterismo y Mística filosófica

Los productos de la Mística literaria se fundamentan en las concepciones filosóficas de sus autores, estructuradas por corrientes de pensamiento basadas en conocimientos ancestrales, conservados y transmitidos en secreto. Se denomina Esoterismo, en términos generales, a la categoría de dichos conocimientos cerrados y ocultos para la mayoría de las personas, pero accesibles para los ya iniciados. En un sentido más estricto, es el conjunto de enseñanzas, doctrinas o técnicas simbólicas destinadas a unos cuantos iniciados, que deben buscar lo que hay más allá de lo externo, es decir, lo interno, lo que permanece oculto.

El adjetivo esotérico lo aplicó por primera vez Clemente de Alejandría en el año 208 de nuestra era refiriéndose a las enseñanzas que Aristóteles impartía a sus discípulos ya instruidos. Sin embargo, todos aquellos discursos que fueron recogidos en un lenguaje común y destinados al público se denominaron exotéricos. El concepto esoterismo proviene, pues, del adjetivo esotérico, mientras que exoterismo es lo abierto, lo que no requiere ningún conocimiento previo.

Algunas prácticas exigían una manera de ser -en cuerpo y alma- que adoptara una forma diferente de aproximarse al mundo: desde el interior y buscando la metafísica de las cosas, es decir, ir más allá de lo físico. La alquimia o el druidismo serían casos de esoterismo: ambos exigen una serie de conocimientos ocultos que se proyectan hacia la búsqueda de algo alejado de los sentidos físicos. Al mismo tiempo, el esoterismo rechaza por naturaleza que esos conocimientos se divulguen, ya sea porque hay que preservar el secreto (el arcano) para que no se envilezcan y pierdan su valor, por seguridad (para no exponerse a los peligros de los experimentos de la alquimia), o por razones políticas (para no ser perseguidos debido a las prácticas heréticas. El esoterismo exige, en resumen, la ocultación y el secreto, y es contrario a la propaganda que pretenden las religiones o las filosofías que buscan adeptos.

En todos los sistemas religiosos ha habido una enseñanza reservada para los elegidos, que no se daba a la multitud. Cristo también habló a la multitud en parábolas, pero explicó su oculto significado a sus discípulos, brindando así una comprensión más profunda y apropiada a sus mentes desarrolladas. San Pablo daba “leche” a los niños o hermanos más jóvenes de la comunidad, reservando la “carne” para los fuertes, que habían estudiado ya más profundamente. Así que siempre ha habido una enseñanza oculta o interna, y otra externa, y esas enseñanzas ocultas se daban en las denominadas “escuelas de misterios”, que aparecen desde los mismos orígenes de la civilización humana formando parte del desarrollo cultural de determinados pueblos ancestrales.

Desde sus orígenes, perdidos en la noche de los tiempos en las remotas civilizaciones orientales, los conocimientos ocultos, o esotéricos, sirvieron de fundamento para el desarrollo de doctrinas filosóficas encaminadas, sobre todo, a explicar las relaciones del ser humano con la Divinidad (con independencia del nombre que esta recibiera en cada caso), por lo cual adquirieron características místicas, como “la vía para entrar en contacto con Dios de manera directa, y sin la intermediación de cultos o sacerdotes”, como es característico de las liturgias (conjunto de ritos prescritos para el culto público o privado) propias de las religiones.

En la Edad Media, por el escaso desarrollo de los conocimientos científicos, aquellos que sentían la necesidad de indagar sobre los ocultos secretos de la existencia lo hacían generalmente siguiendo el sendero místico, revitalizando la acción de las ancestrales escuelas de misterios que, como los Rosacruces, se enmarcaban en el limitado conocimiento iniciático. Con los tiempos modernos, el desarrollo de las ciencias y la tecnología ha hecho a la humanidad más intelectual, de modo que “la cabeza ha vencido al corazón”, el materialismo ha dominado a todo impulso espiritual, y la mayoría de las personas ya no creen en nada que no puedan observar, tocar, escuchar…

La Mística filosófica explica al respecto que, así como el día y la noche, el verano y el invierno, el flujo y el reflujo… se siguen unos a otros en ininterrumpida sucesión, también la aparición de una oleada de espiritualidad en cualquier parte del mundo va seguida por un período de reacción material, a fin de que el desarrollo humano no se unilateralice. La religión, el arte y la ciencia son los tres medios más importantes de educación humana, y conforman una unidad que no se puede separar sin torcer el punto de vista de cualquier proceso que se investigue.

La verdadera religión comprende a la vez a la ciencia y al arte, porque nos habla sobre una vida hermosa, y en conjunción con las rigurosas leyes de la naturaleza. La verdadera ciencia es artística y religiosa en el más elevado sentido, porque nos enseña la armonía que rige la existencia (ya se sabe, por la teoría de las cuerdas, que la sustancia es resultado de la vibración de la energía, y por tanto expresión de la música que entona el Universo desde su creación), y porque además avanza en sus conclusiones hacia la unidad del “todo” bajo un inabarcable principio activo de dimensiones cósmicas. El verdadero arte es tan riguroso en lo instrumental como la ciencia, y tan sublime en su expresión como la religión.


Hubo una época, como en las civilizaciones clásicas, en que religión, arte y ciencia se enseñaban juntos en los templos, o “escuelas de misterios”. Pero luego se separaron y comenzó la alternancia entre ellos. La religión fue dominante en la Edad Media y a ella se subordinaron el arte y la incipiente ciencia. A partir del proceso del Renacimiento tocó al arte su reinado, pero sin que pudiese destronar por ello a la religión. Con los tiempos modernos el desarrollo de la ciencia la condujo a los planos estelares que ocupa en esta época, donde el hombre es capaz de acometer los más insospechados proyectos tecnológicos.

Fue caótico para la humanidad que la religión esclavizase al arte y a la ciencia. El dogmatismo religioso condenó todo empeño de perfeccionamiento humano que no estuviese de acuerdo con las prédicas de la Iglesia, y así la ignorancia y la superstición produjeron males sin cuento. No obstante, el hombre abrigaba ideales espirituales y se esforzaba por alcanzar una vida mejor. Es mucho más desastroso que la ciencia esté ahora matando a la religión, con lo que la esperanza –el único don que los dioses dejaron en el fondo de la caja de Pandora- puede desvanecerse ante el agnosticismo y el pragmatismo, lo que pondría en grave riesgo a la misma condición humana. La inmensa mayoría de los males que hoy afectan a la humanidad, y amenazan incluso con su desaparición física, tienen en ese hecho sus causas esenciales.

Tal estado de cosas no puede continuar. Y para evitar el desastre final la religión, el arte y la ciencia tienen que unirse nuevamente en un todo, como lo fue en los tiempos iniciales de la civilización humana. Esta necesaria unidad entre lo noble, lo efectivo y lo bello determina el empeño de la Mística filosófica en la actualidad.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:09

En busca de la Verdad Suprema

Secularmente, la interacción entre la religión, el arte y la ciencia ha tenido como motivación principal la explicación de los procesos existenciales que nos rodean: ¿quiénes somos… de dónde venimos… hacia dónde vamos… por qué estamos aquí… qué determinó que cada quien fuese uno mismo y no otra persona…? Actuando cada institución por su cuenta, las respuestas que aporta no satisfacen la sed de conocimientos del ser humano. La religión acude a la presencia de una Divinidad supranatural, como origen y fin de todo. El arte se refugia en la ficción y el ejercicio creativo del artista, para dar riendas sueltas a sus inquietudes. En tanto que la ciencia, a partir de un racionalismo absoluto sólo asimila lo ya demostrable, aunque mañana tenga forzosamente que aceptar lo que está negando hoy.

Pero, las mentes más avanzadas de la humanidad han comprendido siempre que no puede ser el caos lo que rija definitivamente toda la existencia, aunque sí esté presente en procesos casuales e indeterminados. El surgimiento y desarrollo del Universo, y de la propia vida en todas sus infinitas manifestaciones, demuestran que existe un eficiente plan para la creación, una sutil maquinaria cósmica que asegura la armonía universal, funcionando como un todo bajo rigurosos principios deterministas, o causales. La búsqueda y comprensión de semejante Verdad Suprema ha ocupado siempre a religiosos, artistas, literatos, alquimistas, filósofos, y científicos de todas las ramas, hasta nuestros días… Tres fundamentos constituyen piedras angulares de esta colosal indagación:

La realidad de que tanto la energía como la materia constituyen todo cuanto existe objetivamente en el Universo (son el Universo mismo), en todas sus manifestaciones, incluso aquellas que escapan a la comprensión del racionalismo científico en cada momento histórico de la humanidad. Es decir: absolutamente todo cuya existencia ya es aceptada, y lo que aún no, son formas específicas de la materia y/o la energía (pues está demostrado que una se transforma en otra, y viceversa).

La comprensión de que las leyes deterministas de la causalidad, mediante los procesos de causa y efecto, provocan, conducen y aseguran todos los ilimitados procesos de evolución y transformación a que está sometido todo lo existente en el Universo (incluso el Universo mismo).

La aceptación de que los seres inteligentes, con independencia de su ilimitada variabilidad en cuanto a formas de existencia, son la expresión suprema de la evolución y transformación del Universo, al que se integran como un todo (la Mente Cósmica que rige al Universo mismo).

El conocimiento no puede ser solo resultado del razonamiento, pues este exige procesos mentales basados en conceptos cuya apropiación requiere, a su vez, de conocimientos, lo cual crea un círculo vicioso, causa principal de las generalizadas limitaciones de la mente humana para comprender hechos aparentemente en contradicción con convicciones ya consolidadas. Es así una herramienta insuficiente para alcanzar la Verdad Suprema, por lo que los seres humanos a lo largo del desarrollo de la civilización se han aferrado a todo género de mitos y creencias ante lo innegable, cuando la limitación conceptual, y en consecuencia los métodos racionalistas de las ciencias, les han impedido una explicación precisa. Negándose a la revisión y transformación de conceptos ya afirmados, el hombre se ha rodeado de tabúes y misterios, que dejarían de serlo si abordase su explicación con la amplitud de miras que debe caracterizar a una inteligencia superior.

Lo desconocido no puede interpretarse como irrealidad. Y en el camino por el conocimiento, a la rigidez del pensamiento lógico y racional es indispensable unir la flexibilidad creativa del pensamiento divergente, que tiene como base conceptos incluso aún no comprobados.

En la búsqueda de la verdad, la reflexión debe servir de apoyo y dar paso a la más profunda meditación, con la que –al margen de los conceptos- la mente humana se proyecta hacia el interior del individuo en la búsqueda de su esencia espiritual: su Yo Superior que, como parte de la Energía Universal, le ponga en contacto con el grandioso poder de la Mente Cósmica.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:10

La evolución de los seres inteligentes


Hace aproximadamente 5 mil millones de años se formó el Sol y su sistema planetario. Mil millones de años después surgieron en la Tierra las primeras manifestaciones de vida. El camino evolutivo recorrido durante 4 mil millones de años desde entonces puede resumirse en las siguientes etapas:

· Aparición de las células como sistemas vivientes.

· Evolución de los organismos unicelulares y aparición de la diferenciación celular.

· Evolución de los organismos multicelulares.

· Aparición del hombre.

En decenas de miles de años establece la Antropología el tiempo de existencia del homo sapiens sobre la Tierra (especies pre-humanas se remontan a más de 2 millones de años). Es notable el largo y complejo camino evolutivo que llevó hasta el ser humano, y que tuvo una exclusiva componente natural (química, biológica, genética, orgánica). Es justamente con la actividad del hombre que interviene, por primera vez, la componente cultural en tal proceso evolutivo, determinando en lo adelante tanto el ritmo como la dirección del mismo, así como marcando la diferencia fundamental entre el homo sapiens y las demás especies animales.

Al proveerse artificialmente de calor con la vestimenta, refugios y el fuego, el hombre resolvió definitivamente el problema de la acomodación a los cambios climáticos, de una manera única y superior dentro del reino animal, haciendo innecesarios los complejos y prolongados cambios de adaptación por vía de la selección natural, y evitando de paso la especialización biológica excesiva, causa de extinción de muchas especies ante transformaciones del entorno. De hecho su evolución prosiguió invariable y dialécticamente, pero a un ritmo mucho más lento e imperceptible, de tal modo que casi nada ha cambiado en apariencia externa entre nuestros ancestros y nosotros. El hombre, en resumen, alcanzó la necesaria perfección para vivir en su cuna planetaria, y se consolidó como ser terrícola (más exactamente terrestre, pues incluso en su planeta carece de capacidad física para el medio acuático).

Hoy la evolución cultural, origen de lo que conocemos como civilización, pone al hombre en el umbral de una nueva etapa en el inevitable proceso de expansión tecnológica, basado en la necesidad de dominar cada vez superiores fuentes de energía, según lo cual los investigadores clasifican a las civilizaciones en los siguientes 3 tipos:

De 1er tipo son las que llegan a aprovechar la capacidad energética de su planeta.

De 2do tipo son las que dominan la energía emitida por la estrella de su sistema.

De 3er tipo son las capaces de dominar la energía a escala de toda la galaxia.

La civilización terrícola es aún, obviamente, de 1er tipo, y sus intentos por dominar la fusión termonuclear –proceso vital de las estrellas- son sus primeros pasos hacia una escala superior, a la que solo puede conducirle una ruta: el Universo. En nuestro proceso evolutivo ha llegado para nosotros el momento de iniciar el despegue desde la cuna planetaria hacia las inmensidades cósmicas, ruta ya seguida por seres inteligentes tecnológicamente más desarrollados, que desde hace mucho nos visitan provenientes de civilizaciones de 2do tipo en otros confines del Cosmos. Mas, ¿qué obstáculos tendrá que enfrentar el hombre terrícola en ese empeño…?

El más extraordinario es evidentemente la magnificencia de la naturaleza, cuyo sentido escapa a la comprensión común de los seres humanos. Al hombre, acostumbrado en su jaula terrestre y en su brevedad existencial, a magnitudes finitas de espacio y tiempo, le es particularmente imposible comprender el sentido de la infinitud del Universo. Temporalmente hablando, los períodos cósmicos se miden por decenas de miles de millones de años y aún más, hasta el sentido de lo eterno. En términos espaciales, las inconmensurables distancias en que se dispersan los cuerpos cósmicos escapan a la capacidad de abstracción de la mente humana. Sólo con las matemáticas es posible tener una idea aproximada de ello. Los números son infinitos, pues siempre es posible adicionar uno más al final del conteo, y así ilimitadamente.

En su intento por comprender y asimilar a la naturaleza, el hombre se ha erigido a sí mismo en medida de todas las cosas, y de ese modo determina lo grande y lo pequeño, lo efímero y lo perdurable, a partir de sus limitadas experiencias sensoriales. Sin embargo, tal percepción es en realidad un engaño de los sentidos, creado para la autocomplacencia del ser humano. ¿Dónde están los límites entre el micromundo y el macrocosmos… acaso en las lentes de un microscopio o en los espejos de un telescopio? ¿Por qué no suponer que todo el Universo conocido por el hombre terrícola esté realmente contenido en una gota de agua en un Universo inconcebible para él? ¿O que el para nosotros micromundo es toda una vastedad inabarcable para otros seres, que en él habitan? Tal vez la clave de la infinitud del Universo radique en su multiplicidad, y a nosotros solo nos ha sido posible conocer una de sus piezas, cuya ubicación exacta somos incapaces, hasta hoy, de percibir

La evolución de la materia en el Universo sigue un ritmo no uniforme y simultáneo. De igual modo se ha comportado el surgimiento de la vida y su evolución hacia formas superiores, inteligentes. Cuatro mil millones de años han sido necesarios en la Tierra. ¿En cuántos otros rincones del Cosmos habrá surgido durante millones de años precedentes? ¿En cuántos otros habrá surgido después? Esto crea el panorama de la multiplicidad de estadios en el desarrollo de las civilizaciones: las de 1er tipo –planetarias-, las de 2do tipo –estelares-, y las de 3er tipo –galácticas-.

Pero el salto de un tipo de civilización a otro superior no es posible solo con recursos tecnológicos. Requiere de un reacondicionamiento del hombre como ser físico, de nuevas etapas en su ininterrumpido proceso de evolución biológica. El ser terrícola es una máquina perfecta para vivir en las condiciones de la Tierra, pero es absolutamente incapaz de sobrevivir en el espacio cósmico al margen de su tecnología. Los primeros seres acuáticos que, por necesidad evolutiva, ascendieron a las orillas de los mares, debieron sufrir las transformaciones biológicas que les convirtieron en anfibios, primero, y en animales terrestres, finalmente. En el hombre el camino de las mutaciones es el mismo, aunque notablemente atenuado por su desarrollo cultural.

El Universo existe para ser conocido y dominado por el fruto máximo de la naturaleza: la materia inteligente. Sin embargo, las inconmensurables distancias, imposibles de superar incluso a la velocidad de la luz por seres de vida limitada y condiciones orgánicas planetarias, lo hacen inaccesible para civilizaciones del 1er y el 2do tipos. De modo que una civilización de 3er tipo, capaz de dominar la energía a escala de toda su galaxia, tiene que estar formada necesariamente por seres cósmicos.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:11

Seres cósmicos

¿Qué entender por tales seres cósmicos? En primer lugar, aquellos capaces de recorrer el Universo a velocidades superiores a la de la luz. En segundo término, con una capacidad ilimitada, o infinita, de existencia. Y por último –y más importante y trascendental-, desprovistos de componentes orgánicos, pues realizan de otro modo los procesos vitales de apropiación de energía, tomándola directamente de la fuente universal a la que se integran indisolublemente, alcanzando la dimensión de seres energéticos. Sólo en esta etapa superior de su evolución podrán los seres inteligentes habitar –en el sentido exacto de la palabra- el Cosmos.

No dudemos ni por un instante que tales seres superiores existen, y que ejercen su poder e influencia sobre todo el Universo a su alcance, incluyendo a nuestra civilización de 1er tipo, desde los remotos tiempos del “Génesis”. Como una prueba de ello debemos asumir el tránsito por la Tierra de aquel ser cósmico encarnado en un recién nacido nombrado Jesús, predicador de la Verdad Suprema entre los hombres, y cuyo mensaje dio origen al movimiento religioso más grande de todos los tiempos. En la convicción sobre su presencia está la respuesta total, con la cual la religión, el arte y la ciencia vuelven a la unidad indispensable para alcanzar la armonía en la existencia.

Thomas H. Huxley escribió: “Contemplando la cuestión desde el punto de vista más rigurosamente científico, la suposición de que entre la miríada de mundos diseminados por el espacio infinito no puede haber una inteligencia que sea superior a la del hombre en la misma medida en que la de este es superior a la del escarabajo; o que no posea un poder de influir en el curso de la Naturaleza, tan superior al del hombre como el de este es superior al de un caracol, me parece no ya gratuita, sino impertinente. Sin desviarnos de la analogía de lo que nos es conocido, podemos poblar el Cosmos de entes, en escala ascendente, hasta llegar a algo que sea prácticamente indistinto de la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisciencia”.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:12

Sobre el principio y el fin del Universo

Albert Einsteindemostró el sentido relativo del tiempo y del espacio como formas de existencia de la materia, lo cual significa que son magnitudes objetivas, presentes al margen de la voluntad de los hombres. Pero, solo ponderables a partir de criterios de referencia que implican, obligatoriamente, la existencia de observadores. De tal modo, ¿cómo establecer sus valores a partir de la nada? De hecho, las valoraciones tanto del tiempo como del espacio cambian en relación con los observadores, como bien demuestra la teoría general de la relatividad. Tener en cuenta esta condición es indispensable al abordar el tema de los supuestos “principio” y “fin” del Universo.

Como formas de existencia de la materia, el tiempo y el espacio dependen del comportamiento universal de esta. En un Universo en expansión los flujos materiales no van hacia el futuro, ocupando espacios preexistentes. Mas bien, en un tiempo presente el espacio va surgiendo con la dilatación de la materia. A la inversa, en procesos de contracción universal el espacio va reduciéndose con la compresión material. Así pues, es inútil hablar de momento inicial, cuando fue creada la materia a partir de la nada en un espacio vacío. Si la materia dejara de existir también lo harían, con ella, el tiempo y el espacio. Este modelo, basado en el principio de que tiempo y espacio son inseparables de la materia, no pudiendo existir al margen de ella, y viceversa, se construye a partir de la teoría del Big Bang, o Gran Explosión.

Tal parece que el Big Bang es el alfa, o principio, universal. Más exactamente de la parte del Universo a nuestro alcance. ¿Cuál será su omega, o final? En 1939 Robert Oppenheimer y H. Snyder demostraron que una estrella fría y de masa suficiente puede colapsar hasta convertirse en un agujero negro. De la teoría se pasó a la confirmación, cuando fue descubierta la presencia de tal misterioso objeto cósmico no solo en el centro de la Vía Lactea, sino en todas las galaxias estudiadas, rigiendo con su poder el comportamiento de esos gigantescos sistemas estelares. Es de suponer que cada uno de ellos actúa a largo plazo como el sepulturero de su propia galaxia, engullendo todas las estrellas que caigan en su cada vez más poderoso campo gravitacional. ¿Estará, por tanto, destinado el Universo a desaparecer en el más descomunal de todos los agujeros negros concebidos?

Siguiendo la dinámica determinista de la naturaleza, la extraordinaria compresión de la materia en un agujero negro super gigantesco provocará increíbles temperaturas en su interior. La caldera así encendida estallará luego con inusitada violencia, en un nuevo Big Bang que esparcirá otra vez la materia, y con ella el tiempo y el espacio. El ciclo de causa y efecto quedaría así completado.

Hay que entender que este proceso de expansión-contracción abarca aquella porción conocida del Universo: la metagalaxia, o sistema local de galaxias al que pertenecemos. Su radio es de unos 20 mil millones de años-luz, y en ella existen miles de millones de galaxias. De modo que en la infinitud cósmica este acontecimiento ha de ocurrir ilimitadamente e incluso de forma simultánea en varios puntos. Existen en el catálogo de cuerpos cósmicos descubiertos por la astronomía terrestre unos de naturaleza muy singular y enigmática: los quásares. Alejados de nosotros mucho más que cualquier otro objeto remoto, y aumentando esa distancia a velocidades próximas a la de la luz, poseen una luminosidad que supera en muchas decenas de veces a la de las galaxias más gigantescas. Lo más sorprendente es que el brillo de los quásares varía evidentemente en el transcurso de pocos días, lo que lleva a la conclusión de que las dimensiones lineales de su región emisora son de una centésima de parsec (magnitud equivalente a 3,26 años-luz), mientras que las dimensiones de las galaxias son generalmente de muchos miles de parsecs. Resulta, pues, que ese objeto tan pequeño en la escala astronómica emite una energía centenares de veces más intensa que cualquier sistema estelar gigantesco. Tal vez un quásar sea la emisión de energía proveniente de una Gran Explosión más allá de nuestra metagalaxia. Paradójicamente, por los cientos de miles de millones de años-luz que nos separan de ellos, podríamos estar ahora siendo testigos del nacimiento de metagalaxias aun más antiguas que la nuestra.


Los grandiosos eventos cósmicos responden a la ley del equilibrio universal, donde la materia fluye y se transforma constantemente, pero no se pierde ni un átomo. Los procesos de expansión, por un lado, y de contracción, por el otro, redistribuyen el volumen total de lo existencial en un espacio y un tiempo que así como se dilatan también se contraen, por lo cual la alternancia garantiza la infinitud sin que nada sobre ni falte a escala universal.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:13

Sustancia y campo


Nada se asemeja más al panorama cósmico que el minúsculo universo del átomo. Aquí, al igual que allá, los cuerpos giran en torno a centros gravitacionales, se desplazan a través de vastas extensiones aparentemente vacías, y protagonizan los importantísimos procesos de emisión de energía. Pero la semejanza más constante entre ambos extremos de la existencia material es ciertamente la extraordinaria diferencia entre el espacio ocupado por sus elementos y las distancias entre ellos. Veamos las siguientes comparaciones…

Sea el Sol representado por una bola de billar de 7 cm de diámetro. Mercurio, el planeta más cercano a él, estaría en esa escala a 280 cm de distancia, nuestra Tierra a 760 cm, Júpiter a 40 metros, y el planeta más lejano estaría a unos 300 metros de separación del Sol. Más allá de los límites del Sistema Solar, la distancia a la estrella Próxima, en la constelación Centauro, sería de 2 mil km. Por último, a esa escala las dimensiones de la Vía Láctea serían de 60 millones de km, valor muy cercano a la distancia real entre el Sol y la Tierra.

Mirando al micromundo podremos comprender la abismal diferencia entre el espacio ocupado por sus elementos y el existente entre ellos. Usando como referencia la escala anteriormente empleada, a la órbita terrestre (de 760 cm de radio respecto a la bola de billar-Sol) corresponderá la primera órbita interior del átomo de hidrógeno en el modelo clásico de N. Bohr. Esto nos dirá mucho más si comprendemos las dimensiones de las partículas atómicas: a lo largo del corte transversal de un alfiler se podrían colocar 10 millones de átomos, y un solo grano de sustancia contiene más átomos que los granos de trigo cosechados durante toda la historia de la humanidad.

Para dar una idea más sobre la proporción en que el espacio entre las partículas es infinitamente mayor al ocupado por estas, basta con conocer el comportamiento de los neutrinos, partículas elementales que interaccionan raramente con la materia. Si un haz de neutrinos tuviera que pasar a través de una lámina de plomo de 300 años luz de anchura, solamente la mitad de ellos quedaría atrapada por el plomo, mientras que la otra mitad emergería. Constantemente nuestros cuerpos son sometidos al intenso bombardeo de haces de neutrinos provenientes del Sol, sin que se produzca en nosotros ningún efecto, pues ellos nos atraviesan libremente, moviéndose por los vastos espacios que intermedian entre los elementos esenciales –electrones, protones, neutrones, átomos…- que nos conforman.

Entonces… ¿qué es lo predominante en la naturaleza: el espacio ocupado por los elementos materiales, o el aparente vacío existente entre ellos? Pero la materia sigue dividiéndose y ya se conocen los quarks, las partículas más pequeñas descubiertas, hasta el presente, consideradas los “ladrillos del Universo”. Así ocurre que en la vastedad inconmensurable del micromundo y el macrocosmos los ilimitados planos existenciales de la materia en sus infinitas manifestaciones se interpenetran, sin llegar a alterarse los elementos que conforman la sustancia, que quedan así atrapados en sus respectivas dimensiones espacio-temporales. No ocurre lo mismo con los campos, que llenan por completo el espacio aparentemente vacío y son, por consiguiente, el verdadero factor de cohesión y uniformidad en la naturaleza.

Toda la materia universal se manifiesta en dos grandes categorías físicas: como sustancia y como campo. La sustancia es una variedad cualitativa de la materia que tiene a la masa como medida cuantitativa de sus propiedades físicas. Está representada por las llamadas partículas elementales, cuya asociación determina la conformación de átomos, moléculas y cuerpos materiales. El estado más común de la sustancia en el Universo es el plasma, una estructura formada por partículas libres con carga eléctrica, o iones cuyo origen está relacionado con la actividad estelar. Los científicos presuponen la existencia de otro estado de la sustancia: el epiplasma o supraplasma, conformada por una estrecha mezcla de partículas y antipartículas, debida a temperaturas elevadísimas y a colosales fuerzas de gravedad. A pesar de toda su diversidad no es la sustancia la forma existencial de la materia que colma los infinitos espacios cósmicos…

Esto último corresponde al campo. Consiste en una formación material que vincula entre sí a los cuerpos, transmitiendo la acción (energía) de uno a otro. Ya en el siglo XIX eran conocidos el campo gravitacional y el campo electromagnético (una de cuyas manifestaciones es la luz). Los elementos particulares del campo electromagnético son los fotones, que se diferencian de la sustancia por no poseer masa en reposo y moverse en el vacío a una velocidad constante (la de la luz: 300 mil km por segundo). Los elementos particulares del campo gravitacional son los gravitones, cuya existencia aún es supuesta como los incrementos oscilatorios de la fuerza gravitacional. Además de los campos gravitacional y electromagnético se conocen los campos núcleares, electropositrónicos, y mezónicos, a cada uno de los cuales corresponde determinado elemento particular. Pero además, la Astronomía moderna está aceptando ya la existencia de lo que se denomina materia y energía oscuras, que representan la mayor parte de todo lo existente en las vastedades cósmicas, aunque por su naturaleza no es posible detectarlas por los métodos habituales para la observación de las estrellas y demás objetos cósmicos.

Las fronteras entre la sustancia y el campo existen de forma precisa solamente en el macrocosmos. En el micromundo estas fronteras son muy relativas. Así, algunas partículas de sustancia (por ejemplo: los mezones) son a la vez partículas cuánticas con su campo correspondiente. La sustancia y el campo están indisolublemente vinculados, interactúan y en condiciones determinadas son susceptibles de transformarse una en otro. Por ejemplo: el electrón y el positrón pueden transformarse en fotones, las partículas del campo electromagnético.

Una diferencia fundamental entre sustancia y campo es cómo se manifiesta en ellos la energía. Definámosla como la capacidad de la materia para ejercer trabajo, lo cual dependerá particularmente de dos cualidades esenciales: masa y movimiento. En la sustancia la masa está vinculada con una correspondiente cantidad de energía (potencial), que se incrementa con el aumento de la velocidad a magnitudes próximas a la de la luz, lo cual queda expresado en la fórmula einsteniana E=M.c ² (energía es igual a masa por el cuadrado de la velocidad de la luz). En el campo la energía (cinética) es consecuencia del movimiento (onda vibratoria) a velocidades iguales o superiores a la de la luz. La aceleración de la sustancia a tales velocidades la convierte en campo e incrementa su energía. La masa es la medida de la sustancia, mientras que la energía lo es del movimiento ondulatorio, y por tanto del campo.
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MensajeTema: Re: Fundamentos de filosofía mística   Fundamentos de filosofía mística Icon_minitimeLun Oct 10 2011, 02:13

El océano de la Energía Universal

Sabido es que las tormentas solares, explosiones en la corona del Sol, arrojan al espacio circundante inmensas masas de plasma, debido a la ionización de las partículas elementales, que alteran considerablemente los campos en su sistema planetario. Las particulas y radiaciones de esas llamaradas pueden viajar aprovechando las líneas del campo electromagnético entre el Sol y la Tierra, y llegar cargadas de energía a nuestro planeta en cuestión de minutos. Tales estallidos solares son al Big Bang lo que una vela al destello del Sol. En ningún otro instante de su evolución la materia recibió tan colosal impulso como durante la Gran Explosión. La sustancia superdensa se fragmentó en partículas de dimensiones infinitesimales y fue dispersada con velocidad superior a la de la luz, expandiéndose a la vez el espacio y el tiempo. En tales circunstancias los flujos de materia no pudieron surgir como sustancia por impedirlo la enorme aceleración. Y así, las emisiones de materia que formaron la metagalaxia, provenientes del Big Bang, lo hicieron como campo de extraordinaria energía, resultado de la vibración de sus partículas a velocidades superiores a la de la luz. Hoy los científicos comprueban la certeza de la llamada “teoría de las cuerdas”, que identifica a la materia primigenia como ondas dotadas de altísima vibración (semejante a la de las cuerdas de un instrumento musical en acción), generando la sonoridad creativa del Universo (que las religiones denominan como “la palabra de Dios durante el Génesis”).

Con su expansión, este campo de ondas vibratorias llena todo el Universo, y en la medida en que la velocidad de las cuerdas va resultando modificada se hace posible la transición de la materia como sustancia, con la conformación de su masa mediante la interacción de las partículas elementales, dándose de tal modo las premisas para la creación de átomos, moléculas y cuerpos cósmicos dispersos por la vastedad universal. Pero, colmándolo todo está el primigenio campo de ondas vibratorias: la Energía Universal.

Ese infinito campo ocupa el espacio entre las partículas elementales del micromundo y entre los cuerpos siderales del macrocosmos. Es omnipresente. Toda la sustancia existente en la naturaleza está sumergida en el océano de la Energía Universal, y a través de él se inter-relaciona. Tal como una piedra arrojada en una orilla provoca ondas que viajan, sobre la superficie del agua, hasta la otra, así las vibraciones energéticas provenientes de un cuerpo material pueden desplazarse a través de la Energía Universal y alcanzar otros cuerpos materiales, estableciéndose así la comunicación cósmica que los místicos siempre han defendido en sus prédicas.

El hombre no es un simple compendio de combinaciones químicas, que se debe tratar con medicamentos. Somos seres energéticos y podemos ayudarnos nosotros mismos de muchas maneras. El hombre responde a las vibraciones de las que es consciente, como son el sonido, el calor, la luz, el color, y la electricidad. Pero más allá de estas ondas, ponderables por los recursos tecnológicos actuales, hay un campo de realidad vibratoria que los sentidos humanos comúnmente no pueden todavía percibir, sobre el que la ciencia occidental sabe muy poco, y cuya causa radica en el hecho de que, así como todo lo existente, estamos sumergidos en el océano de la Energía Universal. El cerebro humano actúa como un poderoso modulador de su capacidad energética, produciendo la emisión de ondas -o vibraciones- de singular poder, que se transmiten a través de la Energía Universal y pueden influir de uno u otro modo en potenciales receptores. El gran secreto de los maestros místicos consiste en desarrollar al máximo la capacidad de ese modulador energético, y sintonizarlo con la Mente Cósmica, que es la fuerza que rige al Universo.

Este hermoso y armónico panorama que brinda la filosofía mística para comprender al Universo es el resultado de la reconciliación entre la religión, el arte y la ciencia, luego de siglos de desarrollo separado y confrontación. Ello permite comprender el real significado de la Trinidad:

· La Mente Cósmica, como el fruto de la conjunción de todas las inteligencias existentes en cualquier rincón del Universo, es la entidad suprema, que las religiones identifican como el Padre.

· La Energía Universal, como su vehículo de expresión y acción, es la entidad esencial que las religiones nombran Espíritu Santo.

· Los seres cósmicos, como frutos del desarrollo del intelecto a su máximo nivel, encarnan al Hijo, y tal como lo hizo Cristo entre nosotros, cumplen su misión entre seres de inferior calidad para sembrar en ellos -a través del lenguaje de la fe religiosa, que es el único que podrían aceptar en tales condiciones- el conocimiento elemental que les inicie en el sendero hacia la Verdad Suprema.


Las religiones acostumbran a dar a Dios un aspecto antropomórfico y situarlo en un reino celestial, externo. Cuando Jesús predicaba que “Él está en todo, y todo cuanto existe es parte de Él”, hablaba en sentido estrictamente exacto. Para conocer verdaderamente a Dios el hombre solo requiere conocerse a sí mismo, pues en la esencia de su Yo interior (el micromundo que forman sus moléculas y átomos) arde la fuerza energética que cohesiona al Universo.

J.W. von Goethe escribió: “El hombre es el diálogo entre la Naturaleza y Dios. En otros planetas este diálogo tendrá sin duda un carácter más sublime y profundo. Lo que falta es el conocimiento del Yo. Todo lo demás vendrá después”.
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