Amarres de Amor con Magia Blanca
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 Diario de una Iniciada

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Nemesis
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MensajeTema: Diario de una Iniciada   Diario de una Iniciada Icon_minitimeJue Abr 03 2014, 20:07

El conocido satanista Francis Barney ha transcrito en una de sus obras el diario de una mujer, Helen, con fecha del 3 de Abril de 1952; en dónde se narra cómo ésta joven se convirtió en adoradora de las Tinieblas.

Resumo los dos fragmentos acaso más oscuros y extraños del diario de Helen: en el primero nos cuenta cómo se produjo el Pacto Satánico, y en el segundo se nos narra su iniciación en el Sabat y en los Misterios de Magia Negra

La Noche del Pacto.

Francoise me esperaba cerca de la estación de Amiens. Llegué con media hora de retraso, sin embargo a él no pareció molestarle.

_Sabía que vendrías. Estaba seguro de ti.

Sus ojos brillaban más que nunca. Bebimos sin hablar durante diez minutos, mirando a la gente que pasaba. Después me dijo que nos retiráramos. Subimos a mi coche dirigiéndonos a la carretera de Abbeville. Recorrimos doce kilómetros antes de detenernos ante los primeros árboles de un bosque. Entonces me preguntó:

_¿Continúas estando decidida?

Contesté afirmativamente, esforzándome en pensar que todo aquello era una comedia de la que yo no acababa de captar el sentido. Él añadió entonces:

_Toma por ese camino, sino tienes miedo de atravesar el bosque.

La noche se había cerrado. Una fina lluvia caía golpeando contra el parabrisas empañado. Sin terminar de creerlo, me decía a mí misma:

"Vamos a hacer el amor y luego regresaremos. Hubiese preferido una cómoda habitación en un hotel".

Conducía con lentitud. Las ruedas se embarraban en las zanjas abiertas en el camino. Tomamos por varios senderos. El viento agitaba los árboles apretados, bajos y robustos. La tempestad rugía en el cielo, el aire era pesado, húmedo. Al fin, nos detuvimos ante una especie de cabaña. Francoise me detuvo en el umbral. Con ayuda de un largo cuchillo dibujó en el suelo un gran círculo en el que inscribió una cruz de Salomón, destinada a protegernos (ahora así lo sé) de los ataques de los Espíritus de la Oscuridad.

Dentro de la maloliente casucha no habían más que un cofre y una mesa. Francoise abrió el cofre y sacó un lienzo negro que colocó encima de la mesa. El lienzo tenía dibujados un gran círculo y una cruz, alrededor de los cuales tenía impresas una serie de letras, cuyo significado conocí posteriormente, y que ya no he podido olvidar desde entonces. Son las siguientes:

JHS: Jesús Hominun Salvator. VRS: Vade Retro Satanás. NSMV: Nunquam Suadeas Mihi Vana. SMOL: Sunt Mala Quoe Libas. IVB: Ipse Venenas Bibas. CSSML: Crux Sacra Sis Mihi Lux. NDSMD: Nunquam Doemon Sis Mihi Dux. CSPER: Christus Sit Perpetus Benedictus.

(En latín vulgar significa: Jesús salvador de los hombres. Vete Satán. No me persuadas de tus vanidades. Son males los que tu viertes. Bebe tu propio veneno. Cruz sagrada, sé la luz para mí. Demonio no seas nunca mi guía. Que Cristo sea eternamente bendecido.)

Y es que una extraña ley de la brujería quiere que se canten los méritos de Dios antes de entregarse para siempre a Satán, y que se acuda a Dios para pedirle protección. Simplemente Satán se pone en el lugar de Dios, sustituyéndolo. Se convierte en Dios, y al oficiar delante de los símbolos que le son propios se acentúa el carácter profanador de la Magia Negra, lo que no deja nunca de complacer al maligno.

Del cofre, Francoise sacó una cruz que fijó al revés sobre el altar. Después extrajo dos pebeteros en los que puso un poco de incienso. Colocó unos cirios, los encendió, y luego me pidió que lo esperase, puesto que iba a salir unos instantes, los cuales yo podía aprovechar para meditar.

Me arrodillé frente a la cruz invertida y la otra cruz de los brujos trazada en rojo sobre un fondo negro. Unas sombras gigantescas danzaban por los muros de la cabaña, como una prueba más del sacrilegio que allí iba a realizarse. El incienso exhalaba su perfume embriagador. Yo estaba paralizada por una angustia indecible. Tenía la vaga impresión de que todo vivía a mi alrededor. Unas sombras tibias y pérfidas me rodeaban. Hubiese querido huir de allí, pero me resultaba imposible...

Francoise regresó al cabo de un cuarto de hora. Traía consigo, no sé de dónde, un enorme gato negro, que tenía las patas atadas y maullaba con desesperación. Lo puso cerca del cofre y, viniendo luego hacia mí, me ordenó:

_Sin ropa.

Obedecí. Al principio pensé que me las veía con un pervertido. La idea casi me llegó a tranquilizar. Cuando estuve completamente desnuda, soltó mis cabellos para que cayesen sobre mis hombros. Después me intimó:

_Repite conmigo: Renuncio a mi bautismo cristiano.

Así lo hice, pareciéndome que mi voz adquiría una sonoridad que no era habitual. Estaba alterada y comenzaba a sentir verdadero terror. El espantoso rugido de un trueno hizo estremecer la cabaña. Tembló la llama de los cirios y entonces, armado con su cuchillo, Francoise fue en busca del gato negro. Lo puso encima del altar y, antes de que yo pudiese esbozar una protesta, hundió el acero en el pobre animal. Lo hacía con lentitud mientras el gato aullaba y se debatía en inútiles esfuerzos. Todo su cuerpo se estremecía con violentos espasmos. Unas gotas de sangre me salpicaron, cayendo sobre mi rostro y cuello. Dejé escapar un grito. El rostro de Francoise parecía sumido en una especie de éxtasis y sus ojos brillaban.

_¡No te seques!_me gritó._Deja la sangre sobre ti. Que la hayas recibido es una bendición, igual que la tormenta que está rugiendo. ¡Es la cólera de Dios!... Mejor así. Ya no podrá haber nada entre vosotros. ¡Serás la Reina de este mundo!

Con lentitud y con increíble destreza, continuó hurgando en la carne del gato que todavía vivía. Extrajo las humeantes vísceras, mientras afuera bramaba la noche. Luego colocó las entrañas en torno a la cruz invertida, cortando después la cabeza y la cola del gato.

Dejó los restos del animal sobre el lienzo manchado de sangre y me ordenó:

_Mira la cruz y repite conmigo la plegaria de aquellos que entregan su alma a Satanás.

Le obedecí, subyugada por aquella voluntad que era mucho más fuerte que la mía, y también porque lo que había de alucinante y de mórbido en aquella noche, me resultaba cautivante.

Cada palabra de aquella plegaria ha quedada en mi memoria. La repito desde entonces con frecuencia, puesto que es ahora mi única oración:

_En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por el Poder de aquel que es Trío, Eterno e igual a Dios, os conjuro a que aparezcáis, Alma de los Infiernos, Lucifer, por el pacto de la Sangre os doy mi cuerpo, mi vientre y mi sexo. Os doy mi alma para siempre. Reniego de cualquier otro Dios que no seas tú, y delante de ti piso a Cristo, quien nunca será mi Señor.

Entonces, siguiendo la indicación de Francoise, arrojé la cruz al suelo y comencé a pisotearla con rabia. Luego, me ofreció una gran hoja blanca, indicándome que debía escribir con mi sangre. Me tomó el brazo y con el cuchillo me hizo un pequeño corte encima de la muñeca. Con ayuda de una pluma, que pasé sobre mi herida, comencé a escribir lo que él me dictaba:

_Lucifer, te entrego mi cuerpo visible e invisible, te doy mi alma. Dame la gloria y las riquezas de éste mundo.

Firmé al pie de éstas palabras y le entregué la hoja a Francoise, quien la guardó dentro del cofre. A continuación, Francoise tomó las vísceras del gato y, luego de cubrirlas con un polvo blanco, las metió en otro cofre metálico, que cerró cuidadosamente. Me hizo una seña y lo seguí hasta la salida, arrastrando los pies y caminando encorvada.

Un poco más tarde, cuando nos faltaban unos cincuenta kilómetros para llegar a París, me hizo detener el coche en un sendero y, arrojándose sobre mí, me poseyó salvajemente. Yo lo deseaba desde que salimos de la cabaña, en la que me había entregado al Diablo.

Antes de dejarme, Francoise me dio uno de los cofres, diciéndome que lo guardase en mi casa.

_Tu Pacto_añadió._será enterrado delante de la cabaña, en el bosque, debajo de una encina. En cuanto a éste cofre, que contiene las vísceras es, en cierto modo, el recibo de Satán.

4 de Mayo.

La Iniciación en el Ritual.

He asistido a mi primer Sabbath. Llegamos a eso de las doce a un claro del bosque próximo a una propiedad privada. Una especie de mesa enorme se alzaba en medio de un gran círculo trazado en el suelo. Esperamos cerca de media hora y luego aparecieron siete hombres, todos desnudos. Se sentaron con gravedad en torno a la mesa, y unos minutos más tarde, tres hombres más, también desnudos, llegaron transportando un banco sobre los hombros.

Una mujer alta, mucho más alta que yo, muy rubia, con cabellos que le caían hasta la cintura, hizo una aparición majestuosa y entró en el círculo. No miraba a nadie. Iba vestida con una túnica transparente, bajo la cual se veía su piel blanca y tersa. Se sentó en cuclillas al pie de un árbol, y Francoise, inclinándose hacia mí, me explicó:

_Es la Reina de las Brujas. La más hermosa y a la que se ha concedido el secreto de la bebida que nos ofrecerán luego.

Dos muchachas desnudas aparecieron momentos después. Sostenían por las asas un enorme caldero negro que colocaron a los pies de la Reina, la cual las saludó con un gesto, después ambas se sentaron a su lado; muy pálidas y con los ojos resplandecientes.

Una tercera mujer llegó entonces, trayendo consigo una caja. Supe enseguida que contenía un gato, y que la suerte del animal estaba echada. Sin embargo, no experimenté la menor compasión. ¿Qué era para mí la muerte de animal, por cruel que pudiese ser? ¿No estaba ya colmada por la gracia de mi nuevo Señor?

Dos hombres llegaron trayendo una cruz enorme, burdamente hecha con ramas de árbol.

_¡Qué se plante la Cruz!_ordenó la Reina, señalando la hoguera.

Los dos hombres así lo hicieron, mientras las dos jóvenes se levantaban y arrojaban al suelo puñados de tierra y hierbas. Las llamas no tardaron en elevarse y la cruz comenzó a arder mientras los fieles entonaban siniestros salmos.

Cada uno de los presentes fue desfilando, arrodillándose y besando primero el ano y luego el sexo de la Reina. Yo hice lo mismo. Comenzó a sonar una melodía salvaje, rápida, entrecortada, hecha de notas agudas, casi dolorosas. Todos nos pusimos a danzar sin parar, agitándonos frenéticamente alrededor de los restos de la hoguera. Luego, algunos fueron dejándose caer al suelo al tiempo que alzaban los brazos al cielo y lanzaban gritos terribles.

Un hombre me sujetó por los hombros y me arrojó al suelo, debajo de él. A mi alrededor otras parejas se enlazaban y gemían. Vi como Francoise asía la cintura de un hombre y embestía contra su espalda, derribándole también. En torno a las brasas se producía una terrible confusión, una rápida orgía, coronada de jadeos y estertores, por suspiros y sollozos, por gemidos y alaridos; y la Reina, erguida, con los blancos brazos alzados al cielo, como si estuviese ebria, reía a carcajadas.

Mientras nos debatíamos en el suelo como animales lujuriosos, la Reina había puesto el gato sobre la mesa. Lo degolló, y dejó que la sangre fuese cayendo dentro de dos cálices. Entonces todos nos pusimos de pie, y siguiendo el orden jerárquico, fuimos metiendo los dedos en las copas, sumergiéndolos en la sangre todavía caliente, y marcando nuestras frentes con el signo del Padre del Infierno. Iluminados por las llamas parecíamos seres salidos de la oscuridad de los tiempos.

Las flautas volvieron a alzar sus tonos y la melodía creció en intensidad. La Reina abrió su túnica, descubriendo unos senos grandes y opulentos. Se lanzó la primera danza y todos la imitamos. Después, la Reina tomó la mano de un hombre robusto, y se internaron en el bosque. Los demás dejamos de danzar para abrazárnos y arrojarnos al suelo, enlazados, sin importar si la pareja era hombre o mujer.

La música había cesado y sólo se oía el rumor del jadeo y de los gemidos, los gritos de quienes poseían y los suspiros de quienes se daban. Después, todo quedó en silencio...

Desde ese día soy diferente al resto de las criaturas que caminan por el mundo de la Luz. Mi mente y mi vida tienen un propósito, adorarle a Él, mi eterno Señor y Protector. Inútil tratar de describir lo que siento cuando me encuentro postrada ante su Majestad y Belleza.

Acaso lo único que extraño de mi antigua vida es esa dulce ignorancia de las cosas de la noche. Hoy sé lo que ocurre cuando las ciudades duermen, cuando los ojos de los justos y honestos se cierran. Conozco las tenebrosas verdades ocultas a los profanos, poseo poder sobre otros, el cual ejerzo con una tiranía no exenta de placer; pues nada está prohibido para nosotros, Los Adeptos, Los Seguidores.

Sin embargo, ésta terrible soledad persiste en el vació de mi alma, como una ausencia, una sombra...

No sé si algún día me abandonará.

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