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 Las sangrientas misas negras

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Nemesis
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MensajeTema: Las sangrientas misas negras   Las sangrientas misas negras Icon_minitimeSáb Sep 10 2011, 05:13

Desde mediados del siglo XVII, los aquelarres (fiestas) comenzaron a sufrir sensibles cambios en cuanto a los individuos que en ellos intervenían. Dejó de acudir el pueblo, tal vez por el temor que sentían sus miembros a la tortura y a la muerte en la hoguera, y fueron ocupando su lugar las clases sociales más elevadas, que no tenían por qué temer a las persecuciones. Eran los burgueses adinerados, los nobles, los médicos y los militares deseosos de vivir grandes emociones.

Se reunían para adorar al diablo, por pura curiosidad, por si se le ocurría aparecer y veían cómo era en realidad, pero terminó por imponerse lo que ellos buscaban: dar rienda suelta a sus pasiones eróticas. La gran mayoría de los nuevos aficionados al aquelarre sufrían desviaciones sexuales. Había sadomasoquistas (anticipándose al nacimiento del marqués de Sade), flagelantes y otros representantes de ese tipo de tendencias psíquicas.

En los comienzos del siguiente siglo, la Enciclopedia anunció su llegada de la mano de Diderot, D´Alembert, Montesquieu, Voltaire, Rousseau y otros hombres ilustres que pretendían ofrecer una nueva imagen racionalista del mundo. Era una obra monumental (el primer tomo apareció publicado en 1751 y el 17º y último en 1772) que se convirtió en el instrumento ideológico de los intelectuales. Su misión sería acabar con el oscurantismo y el dogmatismo tradicional que frenaban el progreso de las naciones.

Si la libertad concedida por Luis XIV al pueblo francés para que practicara la brujería todo el que sintiera deseos de hacerlo tuvo cierto éxito, la corriente enciclopedista terminaría de apagar los fuegos de la magia popular y supersticiosa. Desaparecieron los aquelarres, los brujos y los hechiceros de carácter popular; apareció entonces un nuevo tipo de ceremonia, como fueron las misas negras. Y surgieron, al mismo tiempo, unos magos más de acuerdo con la época como fueron Cagliostro y el conde Germain.

Tuvo lugar el auge de ciertas fraternidades y sociedades secretas hasta entonces medio clandestinas, como la francmasonería y los rosacruces, entre otras. Previendo los cambios espirituales que iban a producirse sin mucho tardar, enviaron sus representantes por toda Europa para dar a conocer sus doctrinas y ganar adeptos, en especial, entre las clases sociales elevadas, que eran las que interesaban. Y aquellos esoteristas contribuyeron a acabar con los últimos brujos, por el temor a ser confundidos con ellos.

Quienes a partir del siglo XVII comenzaron a acudir a las misas negras, lo hicieron por una de estas tres razones, o por las tres: para romper con la aburrida monotonía de su vida cotidiana, por esnobismo o por el deseo sincero de adorar a Satanás, al mismo tiempo de renegar de Dios, en cuyas bondades se confiaba muy poco. Eran estos últimos fanáticos a los que la religión había desengañado o hundido en la desesperación. Figuraban también entre los participantes en estas ceremonias los que iban en busca de nuevos placeres eróticos dominados casi siempre por el sadismo.

Nacieron las misas negras en forma de tres clases de ceremonias que se celebraban de acuerdo con una orden, siempre el mismo. Se daba inicio renegando de Jesucristo, escupiendo sobre las hostias, pisándolas y atravesándolas con alfileres. Las hostias habían sido compradas o fabricadas de un templo católico. Seguía a esto una serie de cánticos confusos, que entonaban los asistentes sin abandonar sus sitio, moviendo su cuerpo acompasadamenteLa ceremonia se celebraba en un local cerrado que tenía como fondo lienzos negros colgando de los muros y se iluminaban con cirios también negros. Además, ardían diversos recipientes con incienso y drogas enervantes. Desde el principio era de esperar que los asistentes a la misa negra cayeran en un estado de creciente excitación. Quedaban listos para la siguiente fase de la reunión demoníaca.

Aquel acto de apostasía, o abandono de la religión católica, realizado de forma blasfema e insultante, daba paso al sacrificio sangriento celebrado ante el cuerpo desnudo de una sacerdotisa a cuyos costados ardían sendos perfumeros. El humo de ellos desprendido contribuía a crear una atmósfera alucinante y los vapores emitidos embriagaban hasta el delirio a los fanáticos aficionados a la misa negra. Se iban exacerbando los ánimos de todos y en especial la sensibilidad de la joven tendida sobre el altar.

El sacrificio consistía a veces en la simple introducción de una hostia consagrada, debidamente enrollada, en los dos orificios naturales de la sacerdotisa, casi siempre joven y hermosa. De esta tarea se ocupaba el sacerdote oficiante, que pertenecía al sexo masculino. Pero era frecuente que antes de realizarse este acto se procediera a la muerte ritual de un animal, como sucede en el vudú haitiano, un claro ejemplar de misa negra.

En tales casos era degollado un gallo, un cordero o una cabra jóvenes, entre otros animales, sobre el cuerpo de la mujer. La sangre debía cubrirle el cuerpo entero, en especial el sexo. La sacerdotisa, que sobre cuyo cuerpo caía la sangre, se iba excitando más y más conforme el líquido tibio y palpitante iba cubriendo su cuerpo entero.

La mujer comenzaba a lanzar roncos gemidos, mientras el oficiante, una vez vaciado de su sangre el animal sacrificado, dejaba caer sobre ella, gota a gota, el contenido de un recipiente con forma de cáliz cuya composición debía asemejarse a la de los famosos ungüentos de las brujas antes de volar al aquelarre. Finalmente, el sacerdote deslizaba la hostia por la piel de todo el cuerpo de la joven, la doblaba y la introducía en su sexo abierto. Llegaba así a su fin la segunda fase de la misa negra.

Los asistentes a la ceremonia estaban ya preparados para pasar a la etapa final, que era la carnal. Cada uno de los presentes se abalanzaba sobre la persona que encontraba más cerca. En aquel momento, a la luz de los lirios y enardecidos por los vapores desprendidos de los pebeteros, resultaba imposible averiguar a qué sexo pertenecía el ser que había al costado. Sólo el sacerdote sabía a quién dedicaba su entusiasmo erótico: a la sacerdotisa que yacía sobre su altar, que lo recibiría sin protestar, incluso con entusiasmo, sabiendo de antemano cuál era el papel que tenía que representar.

Se realizaba la orgía, o última fase de la misa negra. El sexo era, como puede verse, una ceremonia practicada en el siglo XVIII que tuvo sus antecedentes en las ceremonias sagradas de la antigüedad y que ha renacido hoy con increíble vigor. Pero las misas negras y el satanismo actual se han extendido por todo el mundo asociados ahora con un extraordinario consumo de enervantes.
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